El artesanado vadostano comenzó como un arte simple, expresión de un mundo de valores importantes, de amor por el orden, por la familia y por las tradiciones. Cada objeto traía consigo, en su carácter único, la fuerza expresiva de una civilización que afrontaba la vida con calma y equilibrio, reflejo de un momento histórico en que el tiempo pasaba más despacio y en que cada aspecto de la vida humana tenía gran importancia.
Los materiales utilizados eran los que fácilmente se podían encontrar en el territorio: el primero entre ellos, la madera.
Las viviendas típicas de montaña y las casas rurales, en general, se construían utilizando sobre todo piedra y madera y recurriendo a ingeniosos encastres entre las vigas, para evitar el uso de clavos. Eran casas de estructura simple, espartana, con ventanas pequeñas y limitados espacios vacíos: pese a su sencillez, eran viviendas que lograban satisfacer plenamente las exigencias esenciales de las familias, garantizando tanto la protección contra la intemperie durante las estaciones más duras (con mínimo consumo de energía) como la estabulación del ganado y la conservación de los productos alimenticios en los espacios para ello predispuestos.
Las casas valdostanas se construían para que tuviesen una larga vida: tenían paredes gruesas, que en verano protegían del calor y en invierno impedían que se perdiera; el techo era sólido, con una base de vigas gruesas y recubierto de placas de piedra superpuestas (pizarra generalmente).
El mobiliario era simple y funcional; solía hacerse con madera de nogal, por lo cual era casi siempre pesado y macizo. Sin embargo, tampoco en este sector se descuidaban las exigencias estéticas, que incidían en los diversos elementos del mobiliario con motivos decorativos de diversos tipos. El mobiliario típico de la sala en que se desarrollaba gran parte de la vida doméstica solía estar compuesto por un aparador, un arcón y una gran mesa: es el mismo mobiliario que se utiliza hoy en día para equipar las llamadas “tavernette”, espacios habilitados generalmente en las plantas bajas de las casas en los que se suele pasar agradables veladas en compañía de los amigos. En esta gran cocina no podía faltar el ratelé de pan, un soporte para secar el pan de centeno.
Entre los utensilios domésticos, se reconocen todavía hoy los tajos de cocina, a menudo decorados con rosetones, como el típico coppapan (con su cuchillo para deshacer el pan negro), y los marcos para la mantequilla y para el pan. Un objeto particularmente apreciado por las familias, que todavía hoy se conserva con cariño, era la cuna de los bebés. Muy curiosos eran, por último, los tocadores de afeitado, actualmente muy difíciles de encontrar y muy buscados: están formados por un pequeño mueble con depósito y un espejo con tapa deslizante.