Se trata de una tradición todavía viva y muy sentida en la pedanía de Epinel.
La tarde del 1 de noviembre los jóvenes solteros de la aldea (y en los últimos años también las solteras) suben al campanario de la iglesia, desde donde tocan la campana y tiran caramelos a los niños, dando vida a una gran fiesta que termina a altas horas de la noche tras una cena de convivencia.