Expulsados por San Bernardo de los pasos alpinos del Valle de Aosta, los demonios que aquí vivían se retiraron al Mont Maudit; pero, de vez en cuando, dejaban la montaña maldita para realizar zarabandas desenfrenadas en Val Veny, invitando a brujas y a toda clase de criaturas malignas. Sometían el valle a un completo desorden, pisoteaban los sembrados y devastaban las cosechas. Los canónicos y altos prelados, respondiendo a las súplicas de la población, llevaban a cabo exorcismos en vano: después de cada exorcismo, al contrario, las fuerzas infernales parecían volverse más descaradas y no se conseguía entender el motivo.
Pero, un día, un diablo que se retiró al amanecer, debido a que se hirió durante la “seun-goga”(1), charlando con un campesino, dejó escapar que los religiosos que intentaron cazar a los demonios fracasaron porque sus corazones no eran puros. La comunidad se reunió para analizar la situación a la luz de esta revelación y decidió buscar a un religioso más digno, pero no en los altos cargos eclesiásticos, sino en los niveles inferiores. La elección recayó sobre un humilde fraile del convento de San Francisco de Aosta. Los habitantes insistieron tanto que el padre prior - que hubiera elegido definitivamente a alguien más ilustre y meritorio que el humilde monje - terminó por ceder a las peticiones e impuso al mendigo, que no paraba de decir que él no era digno para tal misión, que siguiera a la delegación que vendría a buscarlo. Desde la montaña maldita, los demonios vieron acercarse al trémulo siervo del Señor, buscando en vano escapatorias para esquivar sus súplicas para que abandonaran el valle. En primer lugar, lo acusaron de haber robado, un día, un puñado de hierba fresca para sus zapatos: pero el fraile había depositado en el prado la hierba seca que tenía en sus sandalias; a continuación, le echaron en cara haber cogido en otra ocasión un racimo de uvas de una viña: pero el franciscano había pagado por el racimo dejando una moneda sobre el muro y, en cualquier caso, no eran para él, sino para un hermano enfermo… Derrotados por el candor de aquel puro de corazón, los demonios fueron obligados a regresar abatidos al infierno. Nunca jamás, desde aquel día, la Val Veny fue perturbada por las fuerzas malignas.
1 - término dialectal valdostano que significa “aquelarre”, es decir, la reunión de demonios y brujas. Su derivación de la palabra “sinagoga” es evidente.
Fragmento de: “Il fiore del leggendario valdostano” (La flor del legendario valdostano) de Tersilla Gatto Chanu, Edizioni Emme, Turín