Se trata naturalmente del gigante Gargantúa que, después de haber repartido varias partes de su cuerpo tras su muerte, dejó un diente en el Valle de Aosta que había que clavar exactamente entre los glaciares del Mont Blanc. Su afilada punta destaca en el cielo y su perfil característico hace de ella una de las cumbres más conocidas. Menos conocido, tal vez, es el hecho de que en esta poderosa fortaleza se encontraran innumerables espíritus malignos: todos aquellos que, en tiempos más antiguos, rugían en el Valle de Aosta. Fue un mago, probablemente venido de Oriente, quien la limpió de los genios malignos. Conmovido por el miedo de la población por los continuos asaltos por parte de criaturas de toda tipo, escaló el valle entero, pronunciando misteriosas palabras. Atraídos por la irresistible invocación, los espíritus acudieron en bandada desde los valles laterales, como cuervos de los claros y de los bosques, de los barrancos rocosos y de las acequias de los torrentes, para unirse a los duendes de la llanura en un tumultuoso vuelo que poco a poco acabó por oscurecer el cielo. El mago subió hasta el alto valle. Dócil, con un estruendo más fuerte que el trueno, la tropa maligna lo siguió a cada paso hasta la gigantesca prisión que los esperaba en el desierto de glaciares del Mont Blanc. Uno a uno, los espíritus fueron entrando, empujados por una fuerza invencible: y la puerta de roca se cerró para siempre en cuanto en el último demonio hubo entrado. Desde entonces la audaz torre del Diente del Gigante resiste al empuje de los duendes malignos, que desesperadamente, pero en vano, intentan romper el hechizo del mago para poder salir.

Fragmento de: “Il fiore del leggendario valdostano” (La flor del legendario valdostano) de Tersilla Gatto Chanu, Edizioni Emme, Turín